¿Quién se hace responsable? Así funciona España.
Arte de escurrir el bulto mientras el pueblo se jode
El pasado 28 de abril, miles de personas se quedaron sin luz. Un apagón eléctrico dejó a barrios enteros en la penumbra, negocios paralizados, ancianos atrapados en ascensores y familias sin poder calentar ni una sopa. ¿Y sabes qué fue lo más indignante? Que nadie se responsabilizó. Nadie.
Aquí empieza el juego de siempre: el circo institucional español, donde todos se señalan entre sí pero ninguno da un paso al frente. Gobierno central, autonomías, ayuntamientos, empresas semipúblicas… Todos cobran, todos se protegen con normativas cruzadas, decretos infinitos y subcontratas invisibles. Y cuando algo falla, cuando la mierda golpea el ventilador, todos hacen lo que mejor saben: mirar hacia otro lado y esconderse bajo la alfombra de la burocracia.
La cadena de despropósitos
Tras el apagón, comenzaron los comunicados vacíos. Que si la culpa era de la distribuidora. Que si hubo un fallo en la infraestructura. Que si fue una sobrecarga puntual. Que si el clima, que si el sistema. Pero ni una sola disculpa clara. Ni un plan de compensación. Ni un solo responsable con nombre y apellidos.
Y aquí es donde entra en juego el modelo español de desresponsabilización programada. Lo explico fácil:
- El Estado pone normas generales, muchas veces tan genéricas que no sirven para nada salvo para salir del paso ante los medios.
- Las Comunidades Autónomas hacen sus propios reglamentos, normalmente contradictorios o superpuestos con los nacionales.
- Los Ayuntamientos, con medios limitados y sin competencia real, se limitan a decir que “no les corresponde”.
- Y las empresas semipúblicas (esas que juegan a ser privadas cuando hay beneficios y públicas cuando hay que tapar pérdidas), echan balones fuera mientras siguen facturando millones en contratos adjudicados a dedo.
¿Resultado? Un ciudadano desprotegido, cabreado y completamente impotente.
Cuando todos mandan, nadie manda
Esto no es nuevo. Es una estructura diseñada para no funcionar, o peor aún, para funcionar solo para ellos. Es el modelo del “yo cobro y tú te apañas”. ¿Te suena? Sanidad, vivienda, energía, agua, transporte… En todo vemos el mismo patrón: administraciones que no coordinan ni responden, y empresas que hacen negocio mientras el ciudadano paga el pato.
Y si tú quieres reclamar algo, prepárate: formularios, derivaciones, “eso no nos compete”, “es competencia de la otra administración”… Y vuelta a empezar. Lo han diseñado así. Lo saben. Lo usan.
Las empresas semipúblicas: los verdaderos reyes del limbo
En este caso concreto del apagón, la distribuidora eléctrica ha sido el pararrayos de las críticas. Pero, ¿de quién depende esa distribuidora? ¿Qué contratos tiene con las administraciones? ¿Qué inspecciones ha pasado? ¿Quién controla que mantenga sus infraestructuras? Aquí empieza la niebla.
Muchas de estas empresas tienen participación pública solo para chupar del presupuesto y protegerse de la fiscalización real. Porque lo público debería ser sinónimo de control, pero aquí significa opacidad y amiguismo.
Se reparten los consejos de administración como si fueran cartas en una partida de mus entre cuñados. Y los ciudadanos somos el fondo común del que beben todos.
El pueblo ya no traga
El problema ya no es solo el apagón. El problema es que hemos normalizado que nadie dé la cara. Que una avería pueda dejarte sin luz o sin agua durante horas o días y no haya consecuencias. Que los medios solo repliquen las notas de prensa y no vayan al fondo. Que los políticos se escondan detrás de técnicos, y los técnicos detrás de reglamentos.
Pero esto ya no cuela. La gente se está cansando. Cada vez hay más voces que exigen transparencia, que quieren saber quién coño aprieta el botón rojo y luego se lava las manos.
¿Y ahora qué?
Pues ahora toca exigir. Pero no con educación, porque ya no se merecen respeto. Nos han tomado por imbéciles demasiado tiempo. Toca señalar con nombre y apellidos, pedir informes, forzar explicaciones, montar escándalos, sacar vídeos, hacer ruido. Porque si no lo hacemos nosotros, ellos seguirán viviendo del cuento.
España necesita una reforma institucional profunda. Pero no una de esas que llenan titulares y se olvidan en dos días. Necesitamos una limpieza a fondo, una auditoría brutal del sistema, y empezar a cortar cabezas (políticamente hablando…).
Porque mientras ellos esquivan responsabilidades, nosotros nos quedamos sin luz, sin agua, sin servicios y sin futuro.
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